Narra la leyenda mariana que hacia los albores del S. XIII (1200 d.C.), tras la cruzada cristiana llevada a cabo por estas tierras contra los invasores islámicos, un labriego de origen musulmán labraba las heredades de un cristiano viejo próximas al altozano que preside el mirador del río, con el objeto de convertir a estos campos en fértiles tierras de labor. Más, cual no sería su sorpresa cuando cierto día la yunta de bueyes que tiraban del arado se paró de repente ante el atrancamiento del mismo con un pétreo obstáculo al que el labrador no dio la mayor importancia, insistiendo a sus bueyes en reanudar la marcha mientras haciendo sonar la aijada, gritaba al predilecto de sus bóvidos: ¡Ara, Geme, ara! ¡Ara, Geme!. Sin embargo, todo esfuerzo resultó inútil, por lo que el avezado yuntero procedió sin más, a retirar la losa en la que había quedado atrapada la reja, descubriendo, con sorpresa y admiración, una pequeña talla de la Virgen María que, en otro tiempo, habría sido depositada cuidadosamente sobre dicha fosa. Sin pensarlo dos veces, el hombre recogió lo que creyó ser una pequeña muñeca y la introdujo en unas alforjas que depositó entre sus pertenencias y aperos, volviendo de nuevo a su trabajo. A la puesta de sol, tras una larga y dura jornada de trabajo, después de recoger todas las herramientas y enseres, el labriego marchó a su morada contento de portar un regalo para algunas de sus hijas. Pero cual no sería su sorpresa al comprobar que éste, había desaparecido posiblemente perdido por el camino en el regreso. A la mañana siguiente, dispuesto a reanudar las tareas de laboreo comprobó, perplejo, la singularidad prodigiosa de observar que la muñequita se encontraba nuevamente en su antiguo depósito. Sin poder dar explicación alguna ante lo sucedido, prosiguió la jornada de trabajo repitiendo, al atardecer, los mismos pasos y acciones del día anterior. Mas, los hechos, también se repitieron al volver a casa. Al amanecer, inquieto por lo que podía ser un acto de brujería, volvió al mismo lugar y, tembloroso, la encontró depositada en el mismo hoyo del primer día. Como rayo que lleva el viento, corrió apresuradamente a la ciudad para dar cuenta a su amo de tan singular hecho; acción que repetiría éste último anunciándolo a las autoridades pertinentes, quienes, ante su asombro, comprobaron la veracidad de los mismos, atestiguando, atónitos, que se encontraban ante un suceso sobrenatural o milagroso. El revuelo y difusión de tan milagroso hallazgo tuvo como consecuencia inmediata la construcción de una modesta ermita sobre el lugar de los hechos; colocando un altar sobre la oquedad en la que adujeron, se manifestó la Santísima Virgen. Pronto el lugar se convertiría en lugar de culto y peregrinación de devoción mariana; bautizando los lugareños a su aclamada Virgen, con el nombre del recordado buey: ¡La Virgen de Ara-Geme!; advocación que más tarde, por simplificación de la fonética, pasaría a denominarse como Virgen de Argeme; coronándose canónicamente, el 20 de mayo de 1955. Así, en Honor a la Patrona de la Ciudad se celebra cada año, el lunes siguiente al segundo domingo de mayo, una solemne Misa y Romería en las inmediaciones del Santuario; y en la que los allí congregados, pasan un festivo día de campo bajo las sombras de las centenarias encinas y arboledas que pueblan estos parajes”.
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